martes, 16 de febrero de 2010

Cibersexo


En un reciente Congreso sobre matrimonio y familia, uno de los ponentes, comentaba el caso de una pareja que tras unos años de feliz convivencia se había separado por el aislamiento progresivo en el que sus vidas habían entrado. Una muestra del deterioro de su matrimonio era la falta de relaciones sexuales, cuya carencia la mujer echaba de menos pero el marido no, “ya que yo (el marido) vivía mi sexualidad a través del cibersexo”. Confieso que esta declaración, en su día, me dejó un tanto perplejo. ¿Qué poderosas razones puede haber para que alguien renuncie a la profunda humanidad y satisfacción del encuentro interpersonal y acabe refugiándose en la vivencia de una sexualidad virtual practicada a través de un medio técnico, con todas las limitaciones y distancias que impone?

En esa misma línea, hace unos días, el Ministerio de Sanidad en su «Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva», de próxima implantación en nuestra sociedad, afirmaba que el cibersexo «permite participar en fantasías que, por determinadas condiciones físicas o sociales, o por miedo a la malinterpretación o el rechazo, no se atreverían a hacer realidad en la vida». Con ésta y parecidas intervenciones, el Ministerio plantea en su «Estrategia Nacional» una vivencia de la sexualidad evasiva, reduccionista y engañosa.

Y es que la realidad compleja y misteriosa de la sexualidad envuelve todo nuestro ser. Por un lado, conecta con nuestros instintos más básicos: supervivencia, protección, dominio, placer. Por otro lado, expresa de mil maneras nuestra necesidad de comunicación y unión con los demás. Son estos aspectos los que explican su poderosa y atractiva fuerza, que nos lleva a mitificarla y endiosarla. En la sexualidad se manifiesta nuestro ser más íntimo, con todas sus riquezas y miserias. Como expresión de nosotros mismos, la sexualidad puede ser maravillosa o tremendamente denigrante. Por eso no podemos banalizarla y convertirla en mero objeto de consumo, evasión o búsqueda egoísta de nosotros mismos. Una sexualidad vivida así al final se nos hace tediosa y frustrante. Sin embargo, cuando la sexualidad se convierte en expresión de entrega total, de verdadero amor al otro, ésta se hace una experiencia única de comunión y gozo profundo, que estrecha en las personas los vínculos del afecto y el cariño, alimentando su fidelidad y abriéndolos a seguir transmitiendo vida a los demás.

Indigna ver cómo a través de los medios, las políticas sociales, educativas y sanitarias, el mercado, etc., la sexualidad se ve una y otra vez banalizada, desposeída de su verdadero significado. Propuestas como la del cibersexo son engañosas porque significan una huida de la realidad, un refugiarse en “paraísos” ficticios, efímeros, adictivos, donde se refuerza mucho la soledad, los complejos y debilidades de cada persona. Un diálogo verdadero y constructivo con el otro entraña siempre respeto, donación, sacrificio, compromiso, son aspectos de los que la sexualidad no puede prescindir. Huimos del esfuerzo por madurar la propia sexualidad porque cuesta, sin duda no es un camino fácil y quizás nadie nos haya ayudado a recorrerlo, pero merece la pena intentarlo. La satisfacción que da una sexualidad integrada y armónica no tiene precio, pero hace falta personas que quieran buscarla.

Francisco Campos Martínez

1 comentario:

Micope dijo...

Este tema tiene mucha miga.Creo que tenemos miedo al otro y por eso nos ocultamos detras de la pantalla. Arriesgarse a buscar la relación gratuita ordena los instintos y afectos.
Por otra parte, pienso que a nuestros gobernantes les interesa tenernos entretenidos "placenteramente", porque como decia el post del concepto de salud, así nos tienen cogidos por nuestros instintos mas básicos. De ahi, esas políticas. No tenemos pan, pero tenemos circo..¡ah entretenerse como sea!